Pero me paro a pensar más en otro tema, en el de las preguntas que nunca nos hacemos, al menos las que a mí nunca me hacen, que por ende yo podría pensar que sucede así con el resto de la población, aunque cuando lo pienso una vez y media me doy cuenta de que no. Y os voy a descubrir una práctica un tanto infantil que tengo desde pequeño y es la de imaginar conversaciones en mi cabeza, en ocasiones incluso discusiones, pero en otras son solamente trocitos de diálogo con el trasfondo de mis sueños y anhelos más profundos. Podría ser algo así:
- Hoy te veo algo raro, te noto un poco distante.
- Será que tengo el día tonto. Ya sabes, el trabajo, la rutina, esas pequeñas decepciones de la vida (digo evitando su mirada, sus ojos al fin y al cabo).
- Pero hoy es algo distinto. Yo sé que te pasa algo.
- Tú me conoces bien, algo de razón tendrás.
- Es alguna chica. No sé, ¿es algo nuevo?
- No es nada nuevo, quizás ese sea el problema de todo ésto.
- Ya llegará, lo sabes tan bien como yo, es cuestión de tiempo.
- El problema no es que tenga que llegar, o quizás el problema es que yo lo piense así.
- No te entiendo.
- Me consta que no lo haces.
- Entonces, ¿cuál es el problema?, ¡ explícamelo!
- El problema es el miedo, es conformarse. El problema es cuando te intentas alimentar de migajas porque nunca conseguirás llenarte, es inanición de sentimientos.
- ¿Me lo puedes explicar mejor?
- Es: "cuando vienes por un rato, que es la eternidad en barato y me conviene". Y así seguimos.
- Rober, ¿ERES FELIZ?
- ...
¿Y por qué no hacemos preguntas como éstas? Tal vez hay cosas que damos por hechas, que serán como deberían ser o tal vez no estamos preparados a darle solución a problemas de insatisfacción con el mundo. Pero yo sólo hago las preguntas, tampoco me sé las respuestas.
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